lunes, 10 de noviembre de 2008

RORSCHACH

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Nos hallamos en una frágil mancha, hueca y difusa; suspendida en la fría oscuridad de la nada eterna. Todo es indeterminado, abstracto, carente de sentido intrínseco, sin más valor que el que decidimos y establecemos…Sin embargo lo más conveniente es relatar los hechos desde el principio(o lo que vagamente puede considerarse el principio).

Me es muy difícil establecer cómo o cuándo empezó mi “metamorfosis perceptiva”, pero puedo recordar que solía dormir durante periodos considerables, un desmesurado numero de horas seguidas, incluso días. Únicamente despertaba para hurgar en el refrigerador, con el fin de engullirme algunos restos de comida, darle un trago a la primera botella de licor que hallara, orinar o defecar. Mi escasa alimentación me mantenía sin energía, por lo que me embriagaba rápidamente y volvía a dormir en seguida. No hacía nada más. No me interesaba otra cosa. Tampoco había algo definido. Cada una de estas triviales actividades estaban distanciadas por espacios de tiempo bastante irregulares, aunque por lo general extensos. El resto era una secuencia difusa e inextricable de imágenes, sonidos y sensaciones carentes de orden y coherencia para la razón; sueños, pesadillas o simplemente largos periodos de oscuridad absoluta, claridad sin ideas, pensamientos o sucesos oníricos. Me gustaba pensar que al morir todo seria así, sin cosas buenas ni malas, placeres o sufrimientos. Solo quietud y calma…

Acostumbraba despertar en falso, tener sensaciones de dájà vu, creer que había dormido por días cuando solo pasaban diez minutos –o a la inversa- y todo ese conjunto de singulares eventos que ocurren cuando duermes lo suficiente y aun posees la capacidad de soñar. Entre difusas paginas de libros cuyos títulos o autores no me interesa recordar, encontré ideas agradables relativas al tema; donde explicaban que tanto la experiencia soñada podría considerarse tan autentica y significativo como aquellas sucedidas en estado de vigilia. Ya que la vida no es más que un conjunto de impresiones existentes en el cerebro, importando poco si éstas son percibidas del entorno e interpretadas por los sentidos o son engendrados por intrincados procesos en nuestro interior; y no existe ninguna razón para considerar unas por encima de otras.

Cierto día –no recuerdo bien cuando, aunque no tiene mucha importancia, ya que podría haber sido cualquier fecha- desperté con cierta alteración, desconcertante y confusa. Con el cuerpo impregnado en sudor, la boca seca y los ojos húmedos. Tenía un impreciso y vago sentimiento. La causa de esto me sigue siendo completamente desconocida, aunque inevitablemente note que algo había cambiado irreversiblemente en mí. Una novedosa emoción me perturbaba, como si hubiera estado dentro de un oscuro y profundo túnel, sin recordar el principio ni conocer el final, rodeado de ciclópeos ladrillos traslucidos mirándome indiferentes. Mi vida entera había permanecido en su interior, pero ya no más. Destruida la abrumadora seguridad que sus muros me brindaban, estoy condenado a captar libremente el exterior.

A partir de entonces dejé de dormir, no es que no lo quisiera o lo intentara, simplemente no pude. El insomnio y la ansiedad habían entrado en mi organismo sin avisar y se instalaron perpetuamente. Los tan apreciables momentos proporcionados por el esencial acto, volvieronse irónicos recuerdos, quedándose en el irrevocable pasado. No puedo conciliar el sueño y cuando rara vez lo hago no es por más de una hora, y sin embargo me levanto en peor estado que al acostarme. Intenté remediar la atroz y deplorable situación: ingerí distintos calmantes y pastillas, me alcoholicé cuantiosas ocasiones, practiqué distintos tipos de meditación, me masturbé en exceso e inclusive realicé suficiente ejercicio; no se presentaron los resultados esperados; no solucionaron absolutamente nada. Descarté la posibilidad de requerir a mujeres, predicadores o loqueros. Siempre me había considerado misántropo y por lo tanto la humanidad en general me producía animadversión.

En mi estado se esta siempre agotado, somnoliento, indispuesto a ejercer cualquier actividad. No se duerme, pero tampoco puede decirse que se esté despierto. Uno se comporta autómatamente, llevando a cabo actividades sin reflexionarlas, desconociendo los motivos. Caí en cuenta que en realidad, la sociedad en general es así, realizando actos sin saber por qué, cual engranes de una monótona maquinaria de la cual han perdido la capacidad de salir. Y allí yo estaba al igual que ellos: absurdo, banal y desesperado…

Fue entonces cuando vinieron los Rorschach.

Herman Rorschach (1884-1922) fue un psiquiatra suizo que desarrollo el psicodiagnóstico homónimo; básicamente un test proyectivo, considerado como uno de los tipos de evaluación mas completa. Consta, -en principio- de diez laminas principales compuestas por manchas de tinta (negras y policromáticas) obtenidas por plegamiento, sobre un fondo blanco. Poseen una morfología abstracta y simétrica, resultando sugerentes. Las pruebas consisten en presentar las láminas, en un procedimiento sucesivo, al paciente para que las interprete de acuerdo a su percepción. Algunos de los aspectos a juzgar, pueden ser: la ubicación de lo observado, su configuración, la presencia y el tipo de movimiento. Si la imagen surge del conjunto o de sus partes, la dimensión, profundidad, numero, color, etc.

Descubrí el test de Rorschach por casualidad cuando, atediado, revolvía desesperadamente los anaqueles atiborrados de volúmenes de todas las épocas y de diversas temáticas, pese a que cada pagina, cada palabra, aparentaba carecer de significado para mí. El azar y mi condición pusieron en mis manos un delgado tomo de psiquiatría donde vi las láminas. Inmediatamente captaron mi atención de singular manera., me atrajeron de un modo confundible con lo obsesionante; tanto que en poco tiempo numerosas reproducciones y creaciones elaboradas por mí (de manera burda y llana) ultimaron atiborrando paredes, ventanas, puertas y muebles. Además de la mayor parte del suelo. Páreseme increíble como una acumulación suficiente de tinturas esparcidas caóticamente sobre la plana superficie, aparenta tan dispares y múltiples imágenes. Una mancha podría ser un murciélago, el cuerpo de un gato, cierto paraguas antiguo, un árbol frondoso, algún corazón, mi cráneo desnudo, la botella de mi vino preferido, el juguete que esperaste todas las navidades, el rostro de un anciano frente al espejo, la tumba de tu madre, los pechos de la ultima mujer con la que estuve, los demonios en las pesadillas de tu infancia, los labios que nunca habré de besar, la mosca atrapada en la telaraña que viste ser devorada cuando tenias ocho años. Podría ser yo. Podrías ser tú…seria indeterminable describir la infinidad de respuestas posibles. Una mancha realmente no es nada, pero podría ser cualquier cosa, podría ser todas las cosas. Todas las cosas podrían no ser realmente nada, solo manchas…

Hay quienes opinan que no existe mayor dicha en el universo para el ser humano que la incapacidad de su mente para vincular sus contenidos; moramos en la aliviante ignorancia al borde de la oquedad infinita del conocimiento, capaz de mostrarnos la cruda verdad de la existencia y la endeble posición que tenemos en ella. Puede que tengan razón. Solo vemos lo que creemos y queremos posible, cerramos los ojos y pretendemos que es autentico, empeñados en proporcionarle sentido a la propia vida. Nuestros juicios, opiniones e intereses alteran lo inteligible, seleccionando lo importante y desechando lo insustancial según convenga. Toda la existencia es azar e interpretación, sin mayor significado que el que elegimos e imponemos. Creamos ideas para refugiarnos de la responsabilidad de nuestros actos, por miedo o esperanza. No hay esquema, destino, fatalidad o providencia; no hay cielo, infierno, ni reencarnación, no hay demonios o ángeles, bien o mal, tampoco algún Dios. El mayor triunfo de un hombre no tiene más relevancia que el de un gusano. El reflejo de mi rostro no es menos simbólico que las letras absurdas e inconcretas que tus ojos rozan en este instante.

La existencia se trastorna etérea, desdibujando contornos y formas, mutando en abismos inconcretos. Pronto vendrán por mí, me consideran demente; es previsible, casi lógico. La sociedad es incapaz de soportar la verdad –lo mismo religiosos, científicos, filósofos- le es necesario creer en algo y aferrarse a ello. No importando lo muy equivocados que puedan estar, que posiblemente jamás comprendan la realidad o que ésta sencillamente sea inexistente. Insistimos en hallarle sentido a un montón de manchas oscuras, vacías y absurdas…

sábado, 7 de junio de 2008

JOSHUA

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¿Qué decir de Joshua? ¿Qué decir de ese mequetrefe cuatrojos, delgaducho y malpeinado que suele poner cara de pocos amigos al primer incauto que se le acerque? Bien puedo decir que lo conozco –si yo no, ¿quién sí? - pero la verdad es que tal afirmación no es del todo verosímil, la verdad es que es muy probable que ni el mismo se conozca, que ignore sus aspiraciones, apenas sospeche sus gustos y en cuanto a su pasado el pobre se la pasa olvidándolo o confundiéndolo. Algo espero rescatar, sin embargo, de esa masa informe de ambigüedad insoluble a la que llamamos (a la que podemos llamar) Joshua.

Antes que nada, valdría la pena aclarar (aunque esto algunos ya lo sospechen) que Joshua no es solo Joshua, es decir no es un solo Joshua sino que, cómo el memorable, torturado y licántropo personaje en la más celebre novela de Hesse (con el cual parecerá un tanto petulante compararlo), consta de muchos Joshuas algo más pequeños y quizá, espero, más simples; puesto que estamos hablando un ser humano tangible y no uno de esos personajes escuetos de alguna tira cómica vulgar o cierta telenovela cursi y melodramática de la tarde, y por lo tanto, como todo ser humano tangible, hablamos de un ente complejo, contradictorio y polifacético. Así qué Joshua pasa casi todo el tiempo siendo dos, tres, quince o más Joshuas, sobre todos en los momentos –que suelen ser bastantes para un perezoso e irresponsable de su talle- que el tiempo le transita con desocupada soledad insomne.

Tratare de exponer la idead del texto sirviéndome del punto anterior.

Si nos acercamos con la adecuada parsimonia (para no alterarlo o despertar cierta hostilidad que habitúa tener por las tardes, sobre todo las tardes escolares) podemos observar levemente a través del espejismo de su seriedad antipática a un Joshua envuelto en su acostumbrada divagación de creatividad fugaz y mal encaminada, de la conciencia de la inutilidad de su desasosiego imaginativo al pretender ignorar al resto de los Joshuas cuyas costumbres o temperamentos suelen ser mas antinómicas y por ello esporádicamente más dificultosos entre si.

Mas adelante el Joshua que disfruta de la novena y las sonatas de Bethoven, las overturas de Tchaicovski y las operas de Verdi, pero considera a Mozart demasiado armonioso y le aburre abismalmente Schubert; que disfruta leyendo y releyendo a Sartre, a Bukowski, Borges, Hesse, Cortazar, Lovecraft, Salinger, Poe, Kennedy Toole y con menor entusiasmo a Kafka, Rulfo o a Khalil Gibran, que esta venalmente disgustado de no poder conseguir ejemplares de Chuck Palahniuk, Marcel Schwob o Douglas Coupland; que gusta de merodear las ideologías de Nietzsche y Schopenhauer , pero disgusta profundamente de la poesía, ya por no comprenderla en su absoluta complejidad o por rechazo sincero a crearla, y admira los trabajos de Dali, Dore, Escher y Marcos Huerta. Aunque para distinguir al anterior tendríamos que difenciar entre el Joshua que disfruta de tales actividades con un placer natural, espontáneo y el otro al cual con el paso de los años los realiza ya más con una vanidad de actor que con sincera afición.

Tenemos al Joshua que escucha a Coldplay, L´arc n Ciel, Soda Stereo, the Cure, Radiohead y Portishead, que ríe a morir con las tiras de Mafalda, que ha hojeado ya un sinnúmero de veces los comics que posee de Alan Moore y de Frank Miller.

El que pasa leyendo Manga y viendo anime en lugar de hacer el aseo o la tarea, que ama el cine de Kubrick y Tarantino y ya ha visto al menos treinta veces cada una de sus películas que posee sobre cine oriental.

El que no le gustaría hacer mas que dormir y soñar o bien no soñar y despertar mas que para darle un trago a alguna botella de Jack Daniels N°7 y volver a lo anterior; que tanto es llamado egoísta , vanidoso, destructivo, conformista, pesimista, desinteresado, sádico,etc, también (pese a que eso suceda con menor frecuencia) es catalogado con los adjetivos contrarios y a éste Joshua no le queda muy claro cuales son los verdaderos, o si lo son todos -por lo menos en parte-, aunque en realidad no cree (no quiere creer) que merezca ser calificado por ellos y entonces pretende que no le importan tales epítetos...o bien en verdad no le importan, pero este es un punto que nadie conoce con seguridad.

Mas adelante hallamos al que gusta desvelarse dibujando proyectos sin sentido. A aquel que, como el viejo Lucas cortazareano, termina por renunciar a combatir una bestia policéfala de si mismo al percatarse de lo infecundo de la empresa.

Aquellos otros omitidos, por falta de tiempo, memoria y disposición y unos cuantos más que con el devenir de las épocas en la vida de Joshua han sido devorados o aniquilados por otros.

Yo, (el Joshua que soy yo) me limito a terminar ahora este texto.